1/5/09

Fantasma

Sólo un reflejo en un oscuro cristal que, para ella, representaba algo como una ventana al mundo, una ventana, desde la cual podía ver vastas praderas, el colegio de los muchachos, el vecindario pobre e incluso la torre de la iglesia cuando repicaba las campanas.

Ania miraba sin rumbo fijo a través del empañado cristal en el cual estaba horas y horas contemplando aquella maravillosa vista.

A veces, cuando el buen tiempo se avecinaba, corría alegre y abría aquella maravillosa ventana. A Ania le maravillaba aquel aroma que la embriagaba con aquellos olores de flores y animales del campo. Siempre había pensado que es lo que echaba de menos cuando volvía a su casa de San Petersburgo.

Pero no todo en aquella casa era maravilloso para ella. A pesar de lo mucho que quería a esa ventana, guardaba un profundo rencor a todo aquel que la mirara.

- ¡Fantasma!- gritaban los chiquillos del pueblo en cuanto veían que Ania había vuelto a asomarse.

Ese era el pasatiempo ideal de los jovencitos en aquel lugar, insultar a Ania mientras miraba aquel delicioso paisaje.

Los padres de Ania comprendían a su hija mediana. Había nacido con una enfermedad a la que se le denominaba “Huesos de cristal”, y aquello hacía que Ania no pudiera tener una vida como la de los demás niños. Debía tener precaución incluso al salir de la cama, ya que el más ligero golpe en algún hueso hacía que se rompiera.

Un verano mientras la chica miraba celosa por el cristal, encontró una niña a la cual estaban insultando y ella quiso saber por que era, así pues, abrió la ventana de par en par y escuchó atentamente.

- Ah, ¿qué te pasa? ¿no te defiendes? ¡Vamos di algo! ¿O es que se te ha comido la lengua el gato?

Todos los niños pataleaban y reían escandalosamente mientras el que parecía ser el jefe del grupo se metía con aquella indefensa niña.

- ¡Vamos mudita! ¡Defiéndete! ¡OH! ¿Estás llorando?

Ania no podía aguantar aquella escena, estaba harta de que se metieran con ella, pero no podía consentir que se metieran con aquella niña, que al parecer, era muda.

- ¡Dejadla en paz!- gritó envalentonada Ania- ¡Ella no tiene la culpa de ser diferente! ¡No os metáis con ella!

Todos los niños miraron incrédulos a la ventana mientras se retiraban un par de pasos. El jefe, sin embargo, no se movió ni un centímetro, es más, agarró a la pequeña niña del brazo y la meneó mientras añadía.

- ¡Qué pasa! ¿Sois novias? Qué me vas a hacer si no la suelto ¿Eh fantasma?

Ania tenía los labios morados de apretarlos, nunca había tenido tanta ira dentro de sí misma. Para suerte de Ania, una vecina que había escuchado el alboroto salió amenazando a los niños con la escoba mientras estos corrían desesperadamente.

Ania también corrió, pero no salió corriendo para evitar una reprimenda de la vecina, sino para ir a ver a aquella muchacha que tanto le había recordado a ella.

Salió de la casa a toda velocidad, intentando no caerse pues ella muy bien sabía que si caía, sus huesos se romperían y no quería volver a sentir aquel dolor agudo que no se calmaba con nada y que hacía que las lágrimas brotaran de sus ojos. Se acercó a la niña que lloraba desconsoladamente en medio del asfalto y se secaba continuamente el lloro con la manga de su vestidito color canela. Era una niña muy guapa, con largo pelo dorado en bucles recogidos por un lacito de seda. Miró a sus grandes ojos azules mientras le prestaba un pañuelo que su abuela había tejido para ella.

Ahora que estaban frente a frente encontró las similitudes y las diferencias. Para empezar el físico en general. La misteriosa chica era muy bajita y delgadísima, su pelo le daba aún más la sensación de delgadez. En cambio Ania era alta y delgada, pero no tanto como su nueva amiga, su pelo era más bien un rubio apagado, que reflejaba muy bien su espíritu y carácter.

La chica miró a Ania y le sonrió devolviéndola el pañuelo. Ania la devolvió la sonrisa y la ayudó a que se levantase.

- ¿Eres nueva aquí?- preguntó Ania una vez que la chiquilla se había repuesto.

Ésta movió la cabeza afirmando la pregunta de la chica y evadió la mirada de Ania mirando hacia otras partes.

Estuvieron algún tiempo hablando entre ellas, Ania preguntaba y la chica respondía escribiéndolo en la arena de la plazoleta cercana a la casa de la primera.

- ¡Por cierto! Creo que aún no nos hemos presentado. Mi nombre es Ania.

La chica miró con agrado mientras escribía en el suelo “Encantada Ania, yo soy Elizabeth”. Ambas sonrieron. Al segundo Elizabeth borró lo escrito y continuó escribiendo mientras Ania miraba con curiosidad. “¿Por qué me defendiste?”

- Yo… te comprendo- explicó bajando la mirada hacia el suelo mientras dibujaba una casita- nací con una enfermedad, y día tras día, cuando me asomo por esa ventana los chiquillos me gritan fantasmas y más cosas.

Su nueva amiga volvió a borrar lo escrito y comenzó a escribir muy deprisa.

Aquella frase que leyó se le grabó en el corazón, aquella frase fue la que hizo que Ania y Elizabeth fueran muy amigas desde ese entonces.

“A veces la gente hace daño, mas las palabras se las lleva el viento. No te preocupes por esas cosas tan triviales, sí, ambas estamos enfermas pero aún podemos vivir como queramos. Eso significa vivir. Eso significa no ser un fantasma”.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

no m puedo creer q no t hayan comentado akí,con lo bonito q es...
bueno vainilla, q sepas q m ha gustado mucho :)

de hachi

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